Cuando te preguntan: ¿de dónde eres?, ¿qué estudiaste?, ¿qué deporte practicas?; si tienes la costumbre de responder esas preguntas: “soy tapatío”, “soy ingeniero” y “soy corredor”, entonces piensa dos veces la forma en que te refieres a ti mismo porque esas palabras muchas ocasiones definen tus puntos de vista, tus emociones y tus comportamientos.
En mi trabajo constantemente conversamos con muchas personas para diferentes propósitos y nos damos cuenta de cómo ellas cuentan historias de sí mismas, y en ocasiones esas narrativas construyen su identidad, ni más ni menos.
Hace algunos meses en una conversación grupal donde hablábamos con dueños de un modelo de autos para revisar las oportunidades del diseño de ese automóvil, había en el grupo una señora mayor de 65 años, quien cada vez que preguntábamos algo sobre algún detalle técnico o mecánico ella respondía con una gran claridad y precisión, su participación era tan rica y completa que hice una pausa para preguntarle: “Señora, en estos minutos de conversación ha tenido una participación muy activa, en la que ha demostrado un dominio sobre la mecánica y desempeño de los autos. Dígame: ¿cómo es que sabe tanto?”. Ella me respondió: “Mire, soy hija única, mi padre fue corredor de autos y tenía un taller y él siempre quiso tener un hijo varón con quien compartir su amor por las máquinas.” Hizo una pausa y, con lágrimas en los ojos, añadió: “Mis padres ya no tuvieron más hijos, fui la primera y la única hija, así que yo tuve que tomar el rol de ese hijo varón tan esperado. Durante toda mi vida acompañé a mi padre a las carreras, manejé autos e incluso competí. Ahora yo administro el taller porque mi padre murió hace algunos años.” Rompió en llanto y todo el grupo se acercó a consolarla. En ocasiones nuestra identidad se basa en un rol que vamos eligiendo o que alguien eligió para nosotros, un poco como si fuéramos actores de reparto en una obra de teatro.
No eres ingeniero: estudiaste ingeniería, no eres corredor, corres como parte de tu entrenamiento deportivo, no eres tapatío (aunque el uso de gentilicios es muy común), naciste en Guadalajara. Estas etiquetas facilitan la orientación del discurso, pero influyen en nuestra manera en cómo vemos el mundo, lo que consumimos y lo que creemos. Incluso nos reunimos con quienes son compatibles con nuestras ideas del mundo y formamos tribus o comunidades, ya sea en la vida digital o en la vida análoga y en ocasiones pensamos que quienes piensan diferente a nosotros son nuestros oponentes o enemigos.
Incluso en estos días hay personas que definen su identidad y construyen tribus a partir de lo que comen y sus hábitos alimenticios, su manera de ejercitarse, lo que estudian, el tipo de oficio que realizan, de sus creencias políticas, de su visión de futuro, entre otras ideas.
Hoy estas palabras y emociones que soportan las identidades se amplifican en el uso de las redes sociales. Son del dominio público agresiones entre los seguidores de equipos deportivos, no solamente de fútbol en nuestro país, basta recordar el conflicto en el hockey canadiense en la copa Stanley, en la ciudad de Vancouver en 2011. Hay historias que han escalado a la violencia física, no solamente la verbal y a raíz de esto se han generado nuevas leyes como la “Ley Olimpia” en México y el uso de nuevos términos como “sicariato digital”, “acoso digital”, “ciberbullying infantil” y el “El doxing” que es la difusión maliciosa de información privada de alguien (dirección, teléfono, fotografías, etc.) sin su consentimiento, generalmente con el fin de acosar, extorsionar o causar daño.
En 25 años de trabajo en investigación de mercados, nos hemos dado cuenta de que existe una cierta secuencia en los comportamientos de las personas, que suele funcionar más o menos así: las personas expresan con palabras lo que piensan; esa expresión refuerza su interpretación del mundo, incluida su identidad. Este refuerzo provoca emociones, y las emociones, a su vez, generan comportamientos. Esto es clave: primero se manifiestan las emociones y, después, las personas asumen un comportamiento.
Estos comportamientos pueden estar ligados tanto a decisiones personales como profesionales, incluso a decisiones de compra de determinados productos o servicios.
En resumen: creemos, hablamos y luego creemos aún más en las historias que nos contamos. Y esto, en muchas ocasiones, en lugar de acercarnos a los demás, nos aleja de ellos; en lugar de negociar, conectar o construir un puente de comunicación, buscamos personas compatibles con nuestras creencias que refuercen nuestros imaginarios, y nos alejamos de quienes piensan diferente. Incluso, cuando alguien expresa una opinión distinta, nuestra postura puede ser tan rígida que nos sentimos ofendidos simplemente porque no piensan igual que nosotros.
Lo hemos visto muchas veces, especialmente en redes sociales, donde se expresan ideas cargadas de odio. Leer opiniones sobre ciertas posturas ha provocado en algunas personas emociones de ira, aun cuando se trate de expresiones de desconocidos que no comparten sus puntos de vista.
Por eso, en muchas ocasiones, tiene algo de cierto la frase: “tus palabras te definen”.