Si hablamos de vinos es muy probable que lo primero que pensemos sea en todos aquellos provenientes de países europeos; algunos otros pensarán en los vinos chilenos y sus uvas únicas, pero otros tantos comenzarán a voltear hacia el mismo México y su basta variedad de etiquetas.

Con el paso de los años la cultura del vino ha ido en crecimiento en nuestro país. De acuerdo con datos del Consejo Mexicano vitivinícola (CMV), en promedio, cada mexicano pasó de beber una copa, en 2012, a casi un litro en 2018. Y no solo eso: la preferencia por las marcas mexicanas también ha destacado, pues de cada 3 botellas que se llegan a tomar en el país, 1 de ellas es de producción nacional.

Con más de 200 bodegas vinícolas actualmente a lo largo de todo nuestro país y aproximadamente 1, 500 medallas obtenidas en concursos de renombre alrededor del mundo, podemos decir orgullosamente entonces que no solo somos creadores de mezcal y de tequila.

La variedad de climas y alturas en México hace posible la producción de una amplia gama de vinos con diferentes particularidades. Esta amplitud de opciones no solo es gracias a nuestros ecosistemas, sino a todos aquellos productores que han optado por reinventarse, pero manteniendo la esencia de sus procesos y adaptándolos a las tendencias de la industria y de su consumidor. No es nada raro encontrar vinos orgánicos, estrategias que promuevan el maridaje con tacos, que los viñedos creen experiencias de turismo o ver a las bodegas tratar de alinearse a la sustentabilidad y cuidado del medio ambiente con un mayor esmero.

El proceso que va desde la elaboración de un vino hasta el momento que llega a la mesa de un consumidor, es un proceso que requiere paciencia, análisis y acción. Este es el mismo proceso que cualquier marca sigue, pero que dependiendo de cómo lo sobrelleve se convertirá en aquella que logre convivir con el consumidor.

La paciencia en la creación de un vino recae principalmente en el tiempo que implica cosechar, recolectar y procesar los insumos. Paciencia para enfrentar todos aquellos factores que no están en su poder, como las plagas o el clima.  Cualquier marca debe partir del cuidado y mejora de su propio producto, a través de una apertura de escuchar, que permita recolectar información, ya sea de su consumidor, de la industria e incluso de su competencia.

Durante la fermentación de la uva hay un continuo análisis y monitoreo del líquido para llegar a su punto ideal, antes de dejarlo reposar o envasar. Este es el momento en el que las empresas deben tomarse un tiempo para digerir toda la información recolectada y comenzar a crear las líneas a las cuáles dirigirán los esfuerzos de cada una de sus estrategias.

Finalmente, llega el momento de envasar y colocar la etiqueta, que será la bandera de un triunfo que llevó meses de trabajo. Dependiendo de cada vinícola, se buscarán puntos de venta acorde con sus metas, valores y posibilidades. Es a partir de aquí donde cada bodega elabora sus estrategias adicionales para diferenciarse de las demás, creando así los recorridos en sus viñedos, experiencias únicas de maridaje, convenios de patrocinios o product placement, enalteciendo la historia detrás de la marca o promoviendo sus premios adquiridos, por mencionar algunas.

En las empresas, así como el vino, nuestro producto final debe ir más allá del envase con su marca en la etiqueta. Debemos convertir toda la información recolectada en acciones que cierren el círculo de este proceso que requirió paciencia, cuidado y análisis constante. Teniendo en manos el panorama completo, debemos tener muy claro cuáles son las estrategias que permitirán a mi marca y empresa diferenciarse de las demás.

-Aida Durán

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