México consiguió su séptimo título en la historia de la Copa de Oro, lo logró al vencer a Jamaica por marcador de 3-1. Sin embargo para llegar a esta final, México tuvo dos partidos polémicos y que generaron opiniones encontradas, el primero ante Costa Rica; y el segundo en la semifinal ante Panamá.
Este segundo fue la gota que derramo el vaso para la ética y moral deportiva, así como social, de todo un país, el cual se dividía entre el grito de “No merecemos la final” y por otro lado “Ellos sólo hicieron su trabajo profesional”. Y es que en efecto, la tarjeta roja al jugador Tejeda del equipo panameño fue todo menos tarjeta roja, pero así lo decidió el árbitro; y el penal de último minuto alegando una mano, tampoco fue culpa del equipo mexicano, sino de nuevo: por el silbante norteamericano. Pero… ¿Y el Fair Play (juego limpio, pues)?
Después de que el equipo panameño estuviera a un pelo de retirarse de la cancha y perder administrativamente, ese lapso sirvió para que los defensores de la ética y la moral mexicana, tanto en los deportes como en los aspectos sociales más insospechados se mostraran; mientras que los que creían que era una de tantas de las que le deben a México y por lo tanto sólo mostraron profesionalismo, tampoco se quedaron atrás.
Y así durante los días posteriores el debate intenso salpico desde los medios hasta la oficina de los trabajos, es más inclusive en los propios hogares mexicanos se debatía la honestidad del equipo mexicano y/o el robo claro y ofensivo a los panameños por parte de la Confederación del Norte y Centroamérica y el Caribe Asociación Fútbol (CONCACAF) en contubernio con la Federación Mexicana de Fútbol (FEMEXFUT) y el mismo gobierno mexicano en turno. Jamás pude leer o presenciar tantas clases potenciales de valores, antivalores, ética, política, etc.
Sólo entonces me vino a la mente el común denominador del mexicano y me sigue dando vueltas la cabeza ¿Cuántos de aquellos, que no sólo pedían la honestidad de Andrés Guardado o de Miguel Herrera ante la sanción del penal, realmente son honestos? Y es que imagino al que mientras encarga su comida con los de la oficina en la fondita de siempre dejo el coche en doble fila, con sus respectivas intermitentes ¿Qué tanto es tantito?
El caballero al volante, que ante la intermitente de algún parroquiano que le avisa y le pide el pase para dar una vuelta o irse encarrilando a otro carril pide (así con la pura señal luminosa), acelera cual corredor de fórmula uno pensando que si le da el paso puede perder su inmejorable posición, o se gane el claxon de desaprobación del de atrás o quizá el cheque de realidad de que hay que levantarse más temprano y al menos, desayunar algo, para calmar lo energúmeno.
Quien en una de esas casi inexistentes filas de los trámites burocráticos, conoce o reconoce al amigo, mejor si es quien está en ventanilla: Disculpen ustedes, pero es mi amigo desde la secundaria ¿o no mi cebollo? Digo, ni nos tardamos nada ¡no sean exagerados!
O el que a exceso de velocidad o manejando el celular, va manejando así, ¿al cabo nada más es un mensaje? ¿Es que me urge la llamada? Y ante su mala o buena suerte, un agente vial lo detiene por semejante afrenta a la seguridad vial, pero entonces decide pedirle una ayudita al íntegro agente, el cual por supuesto que tampoco busca el interés monetario sino el cumplimiento de la ley, bueno (piensa el agente), pero es que ya es mitad de quincena y pues… “le voy a ayudar por esta vez nada más joven”.
Ni que decir del que se encuentra la cartera y con todos los datos de las credenciales etcétera, decide regresársela, eso sí, sin dinero. Y es que oye “que diga que mínimo le ahorre el tiempo de los tramites de credenciales” ¡Claro, qué más quieren!
Y no es que quienes apelen al profesionalismo se queden atrás y sean esos intachables que van por la vida, cual abogado siendo un verdadero defensor de la ley, o el conductor de transporte público que entiende que hace un servicio público y social al conducir con precaución, o al funcionario público que orienta y evita las dobles vueltas de los que arriesgando su tiempo y su paciencia asisten a estas instancias, inclusive ese vendedor que nunca ha pensado en dar de menos por cada kilo que la señora paga con el cada vez más devaluado peso. No, ellos también tienen esa gran conciencia profesional, que los hace siempre hacer lo bueno y discernir de lo malo, digo, nadie es pendejo ¿no?
Y así en medio de semejantes muestras de honestidad y valor civil, observo tras el cristal de la cafetería un perro flaco que después de observar atento quien sabe que imágenes, ladra y sí, comienza a dar unos giros desesperado mientras logra su objetivo, morderse la cola. Acto seguido, pasa un ciclista y deja su cola para ir por una mordida menos dolorosa.
Iván Lopéz
Sociólogo LaMarcaLab
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